(RECENSIÓN DO PROFESOR J. M. RAMOS)
El despertar de Kate Chopin
Edna Pontellier o la Emma Bovary americana
Resulta del todo infrecuente encontrar en el siglo XIX mujeres cuyas actividades artísticas trasciendan más allá de lo que puede considerarse una afición o un exótico complemento a sus labores domésticas. La mujer decimonónica finisecular, a la que una burguesía conservadora embrida mediante unas duras convenciones sociales, y que necesita rebelarse de algún modo contra la inacción y pobreza de espíritu a la que se ve relegada bajo la opresión masculina, solamente puede salir de esa prisión tratando de emular lo que más admira: la libertad del artista. En una época de florecimiento de las artes, en particular de la literatura y las artes plásticas, comienzan a surgir mujeres escritoras, pintoras, músicos que, en menor o mayor grado, limitan su campo de acción al entorno reducido de familiares, amigos y conocidos. Su talento es frenado precisamente por el desdén que la sociedad manifiesta hacia sus creaciones, considerándolas de nivel inferior por el mero hecho de ser mujeres. La influencia de filósofos como Nietschze, Schopenhauer, o de escritores de renombrada celebridad e influencia, que describen a la mujer como un ser creado tan solo para constituir la felicidad de los hombres y un vehículo para perpetuar la especie, está tan imbricada en el inconsciente colectivo, que incluso es la propia mujer quien se cree incapacitada para conseguir las cotas que el artista masculino llega a alcanzar. Y cuando no es así, algunas deben ocultarse bajo un pesudónimo masculino con la pretensión de ser tomadas en serio. ¿Cuántas mujeres se han quedado en el camino por este evidente prejuicio? Grandes escritoras no han publicado, grandes pintoras han visto su obra relegadas al olvido, o condenados a decorar las paredes de su casa por temor a la burla de los críticos, virtuosas del piano no han compuesto porque su baja autoestima las sumía en la idea de que su talento era una mera imitación de lo ya compuesto por hombres…
Pero en ocasiones, alguna de estas mujeres olvidadas resurge de ese injusto oscurantismo gracias a la paciente y minuciosa labor de algún estudiante que, en su afán de originalidad a la hora de elegir el tema de su tesis, descubre en alguna biblioteca polvorienta un librito o una referencia al paso de una de estas artistas ignotas a la que resucita brevemente para, acto seguido, y tras la defensa de un brillante trabajo calificado de cum laudem, vuelve a caer de nuevo en el ostracismo de la memoria.
Es una excepción el caso de Kate Chopin, escritora norteamericana que, influenciada por el naturalismo francés, escribió una novela titulada El despertar, cuya primera y única edición fue sufragada por ella misma. Tuvo cierta resonancia en la prensa de la época y fue muy criticada porque se consideraba un ataque frontal a las convenciones sociales de la burguesía. Una novela doblemente transgresora por ser precisamente autoría de una mujer burguesa. Sin embargo, a su muerte, cayó en un profundo olvido, y fue a principios del siglo XXI cuando fue recuperada y profusamente estudiada por su enorme calidad.
La trama consiste en la revelación experimentada por una joven mujer, Edna Pontellier, casada con un rico criollo de New Orleans. Edna se enamora de un joven durante su estadía en un establecimiento de veraneo y este amor le abre todo un mundo de posibilidades que ignoraba, hasta el punto de desatender el cuidado de sus hijos o las relaciones sociales imprescindibles para el mantenimiento del honor del apellido de su marido. Es tan grande su deseo de libertad que ante la imposibilidad de conseguirla porque la sociedad no se lo va a permitir, opta por liberarse mediante el suicidio.
Esta actitud egoísta, esta rebelión interior y ese final cruento, nos recuerdan a Emma Bovary. Incluso los nombres de ambas protagonistas son muy similares fonéticamente. El solitario de Croisset, como se le llamaba a Flaubert, era enemigo despiadado del burgués, pero también era un misógino declarado, por lo que cabe colegir que su obra es producto de una profunda reflexión intelectual. Flaubert se muestra impasible ante su heroína. No toma partido en las decisiones de su protagonista y, siguiendo las doctrinas naturalistas, jamás se involucra en la historia, manteniéndose fríamente al margen y actuando como un narrador lejano y sin pasión. Por el contrario, en el caso de Edna Pontellier, si bien la actitud que parece adoptar es egoísta, la narradora mantiene una complicidad con ella que bien pudiera parecer que es la misma Kate Chopin quien describe sus propias experiencias vitales. Se produce una empatía manifiesta entre narradora y protagonista, por lo que su análisis es más visceral, más profundamente psicológico, en definitiva más cercano por un ejercicio de introspección, consciente o inconsciente, de la autora. La novela de Chopin es una introspección que se proyecta hacia el entorno de su heroína, por el contario, la de Flaubert sitúa a la protagonista como la títere de los elementos externos que influyen en sus deseos, a cada cual más en oposición con su condición social.
La segunda diferencia sustancial es que Emma Bovary pretende ser quien no es y todo su comportamiento se fundamenta en un planteamiento falaz, de modo que cuando la verdad surge cruelmente ante sus ojos, opta igualmente por el suicidio mediante la ingesta de cianuro. Edna Pontellier, sin embargo, no actúa por un anhelo artificialmente gestado en una mente con cierta patología malsana, sino que es su propia personalidad la que sufre un cambio radical derivado de su propio interior, que la impulsa a actuar con honestidad para con ella misma, si bien esa transformación acabe con su vida ahogándose en las gélidas aguas del Misisipi.
El suicidio de Emma Bovary es muy explícito, pero el de Edna Pontellier parece dejar un pequeño poso de duda acerca de tratarse de una muerte voluntaria.
Y la tercera diferencia es de índole estilístico. Flaubert era un maniático del ritmo y la métrica en su prosa, mientras que la prosa de Chopin, por el contrario, es más fluida y ligera.
Tal vez resulte un ejercicio demasiado petulante comparar una de las mejores novelas del siglo XIX y de todos los tiempos de la Literatura Universal, tal cual es Madame Bovary, con una pequeña y desconocida novelita de una escritora norteamericana decimonónica, pero es que El despertar, es más que una novela al uso. Es el desgarrador manifiesto de una mujer reivindicando una libertad que hoy en día todavía está cuestionada en muchos sectores de la sociedad en la que vivimos y que en la época en que fue escrita resultaba ser una mera utopía.
José M. Ramos González
Pontevedra, 25 de febrero de 2016.